martes, 21 de febrero de 2012

LA MALDIC(C)IÓN DE LOS SERES HABLANTES


SEÑOR MARTIN: (…) Entonces, estimada señora, creo que no cabe duda, nos hemos visto ya y usted es mi propia esposa… ¡Isabel, te he vuelto a encontrar!
(Ionesco: 1974, pág. 40)

La obra “La Cantante Calva” (Ionesco: 1974) denuncia el fracaso del lenguaje, la total incapacidad del mismo para comunicarnos, poniendo en evidencia el sintagma Lacaniano que refiere que “la comunicación no existe” (Lacan: 1981 y 1992). Es por ello que, como seres hablantes, nuestra mayor maldición está implicada en  lo que nos constituye como tales, nuestra mayor maldición es nuestra mal-dicción.
Dicha obra (Ionesco: 1974), forma parte del denominado Teatro del Absurdo en el cual está implicado el esfuerzo de varios artistas por derrumbar  la pared del automatismo y la complacencia, con el objeto de poder establecer un saber sobre la situación humana enfrentada con la realidad de su condición. Es por ello que se encuentra vinculado a los relativamente pocos verdaderos problemas del hombre.
El lenguaje es puesto en escena en contraste con la acción, es reducido a una conversación sin significado y por ello abre una nueva dimensión: la del fracaso de la comunicación.
Las tramas del Teatro del Absurdo parecen carecer de significado, los diálogos suelen ser repetitivos, la secuencia dramática se encuentra ausente, lo cual genera una atmósfera onírica.
En esta obra (Ionesco: 1974) particularmente, el tema central y principal es el lenguaje y no sólo porque en ella Ionesco escribe sobre su reacción frente al aprendizaje del inglés con el método Assimil, sino también y sobre todo, porque hay una falta, una carencia estructural en el lenguaje. Dice Ionesco que la experiencia profunda no tiene palabras y que cuando más se explica, menos se comprende (Ionesco: 2007). El mismo considera a esta obra como la tragedia del lenguaje (Ionesco: 1965), visibilizando un problema inquietante que sobrepasa el efecto cómico.
La palabra produce una distancia entre ella y la cosa representada por ella y esto genera una pérdida que complica la representación. Por ser hablantes hay una pérdida, ya que la palabra logra representar la cosa pero no lo es y por ende la palabra implica la muerte de la cosa; hay un mal encuentro entre ésta y su representación. Es decir, hay una imposibilidad de la palabra para alcanzar la cosa y de la cosa para encontrar su nombre.
La obra “La Cantante Calva” (Ionesco: 1974) transcurre en una vivienda inglesa y burguesa donde unos típicos marido, y mujer llamados los Smith, tienen un disparatado diálogo en el cual, entre otras conversaciones, hablan de una familia conocida por ellos en la que todos, sin distinción de sexo, llevan el nombre de Bobby Smith o de un doctor que jamás recomienda medicamentos sin haberlos experimentado antes el mismo.
Hay una criada a la que los que el Sr. y la Sra. Smith le reprochan el hecho de tener la tarde libre, aun admitiendo que ambos dieron su consentimiento para ello, pero no intencionalmente. La criada es quien les anuncia la llegada de otra pareja, los Martin, quienes conversan como si fueran dos desconocidos  y descubren asombrosas coincidencias que los llevan a descubrir que están casados.
Otro de los personajes que ingresa a la escena es un bombero quien antes de retirarse pregunta por la cantante calva, a lo que la Sra. Smith responde que continúa peinándose de la misma manera (este es el único momento de la obra en que se la menciona).
Los diálogos entre los personajes continúan pero se vuelven cada vez más incoherentes y breves, se acelera el ritmo hasta que comienzan a gritar.
La obra concluye de la misma manera en la que se inicia, sólo que los Martin ocupan el lugar de los Smith repitiendo las mismas conversaciones.
Vemos como en esta obra la palabra se vuelve huidiza y no muestra más que lo que muestra, charla (Ionesco: 2007), no se comunica. La palabra puesta para decir nada se convierte en un charloteo que va in crescendo a lo largo de la obra hasta conducirnos a la casi destrucción del lenguaje, a su ruina. Para Ionesco, en la escritura de esta obra, las palabras se convirtieron en cáscaras sonoras desprovistas de sentido y esto habría producido una especie de desmoronamiento de la realidad (Ionesco: 1965).
Decíamos que por estructura en el lenguaje algo falla, algo yerra, falta, y esto es lo que hace imposible la comunicación, constituye su inexistencia. Siempre quien habla dice de más y dice otra cosa respecto de lo que quiere decir y quien recibe el mensaje lo escucha desde el propio sentido que para él poseen las palabras. Entonces, en la comunicación se produce una inversión y esto la hace complicada. Para el que escucha-lee lo que se enuncia-escribe son posibles diversas formas de pensar, de dar sentido a eso que  recibe atribuyéndole diferentes significados respecto del pretendido. Por ello Lacan nos dice que la comunicación no existe. Esto se debe a que la palabra se encuentra determinada por el inconsciente singular de cada sujeto y nunca va a ser interpretada por quien la recibe bajo el mismo sentido de quien la emitió, produciéndose efectos de sentido que escapan tanto al receptor como al emisor.
Otra de las maneras que encuentra Lacan para decir que la comunicación no existe, es bajo el sintagma “la relación sexual no existe” (Lacan: 1992), lo cual es plausible de ser visualizado  en la obra de  Ionesco en los diálogos entre el Sr. y la Sra. Smith por un lado, y el Sr. y la Sra. Martin, por el otro.
Desde el psicoanálisis Lacaniano se considera que para el inconsciente el sexo masculino es su preferencia, estando el mismo representado por el símbolo fálico y que la feminidad es objeto de un rechazo en tanto el significante “La mujer” no existe para el inconsciente.
Lacan piensa que lo que hace objeción al pleno decir es lo mismo que se opone al encuentro armónico entre los sexos (Lacan: 1981). Esto está relacionado con la captura del ser humano en el lenguaje y con el hecho de que nuestro inconsciente esta estructurado como un lenguaje. En el Inconsciente se inscribe el Uno fálico y solamente él.
 El Otro del Uno no logra inscribirse y por eso hay una falla en el inconsciente al no existir el significante para representar al Otro sexo; en otras palabras, para decir los dos sexos el inconsciente cuenta con un solo significante, el masculino, el fálico, el Uno.
 Nuestra maldición esta dada por el hecho de que el inconsciente sólo tiene la dicción para el sexo masculino, negando la dicción sobre el sexo femenino, el Otro sexo, no tiene un significante para la mujer y por ende no logra representarla. 
Entonces, y para concluir, mal-decir, decir-mal, es lo que hace el inconsciente respecto al sexo, el sexo siempre está mal-dicho, maldito. Así, la no relación entre los sexos se reproduce en el equívoco y vivimos por el malentendido.


BIBLIOGRAFÍA

-Ionesco, Eugène; Diario en migajas,  Ed. Páginas de Espuma, Buenos Aires, 2007.
-Ionesco, Eugène; La cantante calva, en Obras Completas, Tomo I, Ed. Aguilar, Madrid, 1974.
-Ionesco, Eugène; Notas y contranotas, Ed. Losada, Buenos Aires, 1965.
-Lacan, Jacques; El reverso del psicoanálisis, Libro 17, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1992.
-Lacan, Jacques; Aun, Libro 20, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1981.

Salud Mental


1. Sujeto, síntoma y ética en el campo de la salud mental y en el campo del psicoanálisis.
Dos campos, por un lado el de la salud mental, cuya definición se corresponde muy buen con la del orden público y por el otro, el del psicoanálisis, cuyo campo es el goce, siempre singular, del sujeto.
Sujeto:
En el campo del psicoanálisis, la cuestión es siempre de “un” sujeto, de su inconsciente y de lo que para él las palabras quieren decir; mientras que, en el campo de la salud mental, se tiende a inscribir a los sujetos en grandes categorías anónimas. El psicoanalista trata de ubicar la singularidad para que el sujeto pueda volver a aprender al Otro encontrándose como sujeto.
Por otro lado, desde la perspectiva del psicoanálisis, el sujeto es siempre responsable, éticamente responsable y debe hacerse cargo de las consecuencias de sus actos. El psicoanalista se dirige al sujeto de derecho, lo cual puede general algunos obstáculos cuando en el campo de la salud mental, atravesado por el discurso jurídico, el derecho le es retirado al sujeto. El psicoanálisis se dirige al sujeto, siempre que este pueda responder sobre lo que hace y dice. Se trata de que le sujeto debe responsabilizarse de las consecuencias de sus actos, más allá de la intencionalidad de los mismos.
Síntoma:
En el campo de la salud mental el síntoma es pensado generalmente como disfuncionamiento, mientras que el psicoanálisis advierte el lazo que el sujeto tiene con éste y por ende se trata de orientarse hacía el síntoma.
En el campo de la salud mental se trata muchas veces de normalizar, de restituir el normal funcionamiento, de hacer desaparecer el síntoma que aqueja al sujeto, en tanto se trata aquí del discurso del amo, el síntoma es algo a resolver, el objetivo es que las cosas marchen, que los síntomas desaparezcan y que se restablezca el equilibrio perdido; mientras que desde el psicoanálisis estamos advertidos de que el sujeto habita un espacio sin armonía y de que cada intento de equilibrio no es más que una sutura siempre presta a reabrirse. De alguna manera, el síntoma es el esfuerzo por desembarazarse de todo síntoma. Se trata entonces, no de hacer desaparecer el síntoma, sino del saber hacer de cada uno con su falta de armonía y con su desequilibrio. La pregunta que guía al analista es ¿Qué posición tiene el sujeto en relación a su síntoma?, y esto permite una primera localización de la posición del sujeto en lo real.
Mientras que en el campo de la salud mental se trata de la clínica de la mirada, es decir, se observa la síntoma en su constitución fenomenológica; en el campo del psicoanálisis se trata de la clínica de la escucha en tanto el síntoma habla y repite una modalidad de goce desfigurada y teñida de una sensación de sufrimiento y también, se piensa al síntoma conectado a la historia significante del sujeto.
Se busca, entonces, el pasaje del síntoma como manifestación descriptiva, al síntoma como lo que quiere decir, para concluir en el síntoma que ya no quiere decir pero que funciona para el sujeto.
Ética:
El mandamiento ético implicado en el campo del psicoanálisis es entonces: “hacer existir un sujeto”, allí donde el objeto presentifica al sufriente. Se apunta a tener en cuenta la dimensión de lo real en juego, propiciando un espacio y un tiempo en el que se pueda incluir los fenómenos en un decir. Así, la ética, en el campo del psicoanálisis es la del bien decir y debe encontrarse en el punto opuesto a toda voluntad de dominar, dirigiendo la cura sin dirigir al paciente. En el campo de la salud mental, se tiende a hacer desaparecer las excepciones, buscando estampillar al sujeto incluyéndolo en una categoría diagnóstica y aplicándole la terapéutica que se cree más conveniente. Que el psicoanalista reciba a un paciente depende más de una decisión que de una evaluación y en este sentido se trata para nosotros de una cuestión ética. La ética propia del psicoanálisis incluye tanto al analista como al analizante y tiene en cuenta las consecuencias, el goce y el deseo.
La ética del psicoanálisis se aparta de todo intento de dominio e implica el deseo del analista, deseo de saber: saber que ninguna identificación satisface a la pulsión, que la identificación no calma al goce.

2. Posición del analista en el campo de la salud mental.
Para el psicoanalista, en el campo de la salud mental, no se trata de cosas “por hacer”, sino de “cosas por decir”. La pequeña fórmula que lo orienta sería: decir en vez de hacer, saber en vez de actuar. Es por esto que, respecto de la posición del analista en el campo de la salud mental, se trata de “escuchar”. El analista se pone al servicio de la escucha de lo que ha cambiado en el deseo del sujeto, de lo que ha modificado el equilibrio de los goces. La escucha puede introducir algún interrogante para el sujeto que le implique en aquello que le ha sucedido. El psicoanalista complejiza las situaciones multiplicando las cosas por decir introduciéndose, comprometiéndose con su presencia en las mismas.
Implica también una posición de acercamiento para confluir con los actores de otras disciplinas para reflexionar juntos.
En el campo de la salud mental se trata de que el analista se posicione como agente de un decir silencioso que ayude a impedir que en nombre de lo universal se olvide lo particular de cada sujeto. El analista se suma así a los equipos interdisciplinarios para operar desde la lógica del no-todo. Opera tratando producir un cierto vaciamiento del discurso amo institucional, inscribiendo en él algo que funcione de corte a la uniformidad del universal del amo. Se hace partenaire de la institución desde un lugar de no saber para provocar que allí pueda advenir la invención del sujeto.







Bibliografía

·         François Leguil: Reflexiones sobre la urgencia.
·         Eric Laurent: Hijos del trauma.
·         Ricardo Seldes: La urgencia subjetiva, un nuevo tiempo.
·         Javier Garmendia: Urgencia psiquiátrica. Una perspectiva psicoanalítica.
·         Inés Sotelo: La guardia, la admisión, la primera consulta: una coyuntura de emergencia.
·         Jaques- Alain Miller: Salud mental y orden público.
·         Eric Laurent: Pluralización actual de las clínicas y orientación hacía el síntoma.
·         Apuntes de clase. Curso: Salud mental, dictado por Antonia Caparroz, en el marco del postgrado “Fundamentos y actualidad en la clínica psicoanalítica de orientación Lacaniana”

El goce toxicómano como acontecimiento Freudiano


El goce toxicómano como acontecimiento Freudiano

Un acontecimiento puede ser pensado como un hecho que marca la vida del sujeto. Así, en la clínica intentamos localizar el acontecimiento que ha desencadenado la consulta. Éste implica el punto donde el sujeto se ha desestabilizado en su modo de funcionar, allí, algo del síntoma, del fantasma, del goce, se ha puesto en cruz[1].
Es así, que para A. Badiou, un sujeto se define ante todo por la fidelidad a una verdad que se pone en evidencia en la ruptura que significa el acontecimiento[2].
Para que un acontecimiento sea tal, tiene que haber algo que sancione el hecho acaecido. Esta sanción es parte de la intervención analítica que implica la localización subjetiva[3].
Heidegger considera que el acontecimiento es algo que hay que esperar a que se porduzca, nada le hacía suponer que algo lo podía producir. En cambio, para Bodiou, el acontecimiento no se espera, se efectúa otorgándole un nombre que llama supernumerario. Esto transforma a un suceso en acontecimiento.[4]
“Un acontecimiento es siempre localizable. ¿Qué significa esto?. En primer lugar, que ningun acontecimiento concierne, de manera inmediata, la situación en su conjunto. Un acontecimiento está siempre en un punto de la situación, cualquiera sea el significado del término ‘concernir’. De manera general, es posible caracterizar el tipo múltiple que puede ‘concernir’ a un acontecimiento, en una situación cualquiera. Como era previsible, se trata de lo que he llamado un sitio de acontecimiento (o al borde del vacío, o fundador)”.[5]
El acontecimiento implica la posibilidad de decir que insiste ahí donde ya nada podría ser dicho. Para Badiou, ese punto indecible es el aconteciemto. Ahora bien, si el acontecimiento es innombrable, decirlo será función de un proceso que se inicia con una acción ilegal: tomar un nombre y otorgárselo al acontecimiento, tal como fue referido renglones arriba, un nombre supernumerario que implica el momento mismo de la intervención, del señalamiento y el anudamineto de sus implicancias. Efectuar el acontecimiento sería, entonces, dar un nombre. Implica forzar la lengua, extraer una nominación para que el acontecimiento se efectúe. Sin embargo, el nombre ilegal que hace apuesta del acontecimiento, no sabe lo que ocurrirá, ignora el porvenir de sus implicaciones. Pero a diferencia de Heidegger, el acontecimiento ya estaria apostado, operando en la situación, suplementándola ya, ganando y creando un espacio ahora conocido[6].
Un acontecimiento es, entonces, una “singularidad universal”, es decir, un hecho que, aunque esté anclado en una historia particular, implica algo válido para todos[7].
J.A. Miller refiere (segun lo referido por el Prof. Jorge Assef[8]) que Lacan retorna a la lectura de Freud en tanto el aconteciemiento Freud  había quedado registrado en el pensamiento de la Europa de los ’40, lo cual lo había, en cierta manera, reducido. La enseñanza de Freud había perdido su valor de ruptura. Podemos pensar a S. Freud como acontecimiento, como ruptura que instaura una regularidad que se instala en tanto implica un acontecimiento discursivo, porque se encargó de dotar a cada acontecimiento de un nombre, y por la creación de la Asociación Psicoanalitica (acontecimiento político).[9]
Ahora bien, el objetivo de este ensayo es poder explicitar cuando la enseñanza Freudiana se ha convertido en un acontecimiento en mi formación como pasicoanalista y en particular, en la práctica clínica con sujetos toxicómanos. Dos textos aparecen como fundamentales en este recorrido: “Mas allá del principio del placer” y “El malestar en la cultura”. Así, la lectura de estos textos Freudianos se ha convertido en acotencimiento en mi formación y práctica en tanto han dado nombre a la práctica del toxicómano (compulsión a la repetición), me han permitido comprender la relación que establece el sujeto con el objeto droga (de goce) y por otra parte han estimulado mi lectura acercandome al encuentro con Lacan.
Así, Freud adopta la conjetura de que “el decurso de los procesos anímicos es regulado automaticamente por el principio de placer, es decir, en todos los casos lo pone en marcha una tensión displacentera, y después adopta tal orientación que su resultado final coincide con una disminución de aquella, esto es, una evitación del displcer o una producción de placer”.[10] Postula que el placer y el displacer son cantidades de excitación presentes en la vida anímica, correspondiendo el displacer a un incremento de dicha cantidad y el placer a una reducción de la misma. El aparato anímico, regido por el imperio del principio del palcer, se empeña en mantener lo más baja posible, o al menos constante la cantidad de excitación presente en él y todo aquello que la incremente es sentido como disfuncional y displacentero. A posteriori plantea, que si fuera así, la mayoría de los procesos anímicos tendrían que ir acompañados de placer o llevar a él, siendo que la experiencia desmiente esta conclusión.[11]
En “El malestar en la cultura” Freud postula que el ser humano está obligado a realizar un programa de la felicidad, el cual le es impuesto por el principio del placer, sin embargo, considera que la realizaión del mismo es imposible: “Los hombres quieren alcanzar la dicha, conseguir la felicidad y mantenerla, pero ello es absolutamente irrealizable”.[12] La imposibilidad de realizar aquello a lo que está obligado, este hecho contradictorio, es propio de la naturaleza humana. Lo humano se ubica en este punto de imposibilidad, el cual es estructurante. Persiste en el ser humano la obligación de realizar a cada momento este imposible. Y añade: “sobre este punto no existe consejo válido para todos: cada quien tiene que ensayar por sí mismo la manera en que puede alcanzar su bienaventuraza”.[13]
Por todo lo anterior, es que Freud concluye que no hay felicidad sino satisfacción y que “el sentido de la vida” encuentra su permanencia más que en la búsqueda del placer, en la evitación del displacer[14].
En el mismo texto describe tres lugares de donde el sufrimiento nos amenaza, ellos son: desde el cuerpo propio, el cual está destinado a la ruina y a la disolución y el cual no puede prescindir de la angustia y el dolor como señales de alarma; desde el mundo exterior, el cual puede abrir sus fuerzas destructoras sobre nosotros y desde los vínculos con otros seres humanos, siendo que, muchas veces, este padecer, lo sentimos como más doloroso que cualquier otro[15].
Es por ello que, la vida, tal como nos es impuesta, nos resulta gravosa, ya que nos trae dolores, desengaños y tareas sin solución. Freud plantea que para poder soportarla no podemos prescindir de calmantes: “Los hay, quizás de tres clases; poderosas distracciones que nos hagan valuar en poco nuestras miserias; satifacciones sustitutivas que las reduzcan y sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas. Estas sustancias influyen sobre nuestro cuerpo, alterando su quimismo”[16].
Por ende, se puede visualizar como S. Freud plantea las distintas soluciones con las que el hombre cuenta para evitar el sufrimiento y para enfrentar la imposibilidad de la satisfacción ilimitada de todas las necesidades y considera, entre ellas, a los químicos como “sustancias extrañas al cuerpo cuya presencia en la sangre y los tejidos nos procuran sensaciones directamente placenteras, pero a la vez alteran de tal modo las condiciones de nuestra vida sensitiva que nos vuelven incapaces de recibir mociones de displacer”.[17] Así mismo, se refiere a la intoxicación como una manera que los sujetos poseen para hacer frente a las miserias que la vida le impone, debido a que produce un efecto inmediato por actuar sobre el cuerpo y porque genera una ilusión de independencia respecto del mundo exterior. Considera a las sustancias como “quita-penas” por medio de las cuales es posible sustraerse de la presión de la realidad y refugiarse en el mundo propio en cualquier momento, postulando que es esta propiedad la que determina su carácter peligroso y dañino[18].
Quisiera determe aquí un momento, en tanto que con estos últimos párrafos podemos vislumbrar ya los esbozos de lo que luego será nominado como el goce cínico del toxicománo, ese goce que se encuentra de manera directa en la relación con el objeto droga sin necesidad de pasar por el Otro, goce autoerótico que pasa por el propio cuerpo, es más, produce la ruptura de la posibilidad de establecer lazo con el Otro y compele al sujeto a repetir, de ahí que sea tan preponderante de que muchos de quienes consultan se encuentren solos y los lazos sostenidos por los mismos suelen ser muy lábiles, en el general jugados en el eje imaginario; y de ahí que sea para los mismos tan difícil alcanzar la abstinencia, retornan al consumo una y otra vez, pasajes al acto que dificultan el trabajo analítico en tanto cuesta enlazarlos a una palabra, a algo simbólico que pudiera nominar allí  lo sucedido, haciendo de dicho hecho un acontecimeinto para el sujeto.
Como expresé renglones arriba “Mas allá del principio del placer” y “El malestar en la cultura” son los textos que han hecho acontecimiento en mi formación y práctica clínica, ya que me han permitido sancionar con un nombre eso que antes aparecía ante mi mirada y voz como innombrable: el goce del toxicómano.

Bibliografía

-Apuntes de Cátedra: “Sigmund Freud. Acontecimiento y consecuencias”. Docente a cargo: Jorge Assef.

-Badiou, Alain. “El ser y el acontecimiento”. Ed. Manantial, Bs. As. (1998).

-Badiou, Alain. “Condiciones” Ed. Siglo XXI, Bs. As. (2002).

-Badiou, Alain. “Filosofía del presente”. Libros del Zorzal, Bs. As. (2005).

-Badiou, Alain. “Breve tratado de ontología transitoria”. Gedisea, Barcelona. (2002).

-Heidegger, Martín. “Entrevista de Spiegel a Marín Heidegger”. Tecnos, Madrid. (1996)

-Sigmund Freud. “Mas allá del principio del placer”. O.C. Amorrortu Editores. Bs. As. (1999).

-Sigmund Freud. “El malestar en la cultura”. Amorrortu Editores. Bs. As. (1999)


[1] Apuntes de Cátedra: “Sigmund Freud. Acontecimiento y consecuencias”. Docente a cargo: Jorge Assef.
[2] Badiou, Alain. “El ser y el acontecimiento”. Pág. 201. Ed. Manantial, Bs. As. (1998).
[3] Apuntes de Cátedra: “Sigmund Freud. Acontecimiento y consecuencias”. Docente a cargo: Jorge Assef.
[4] Apuntes de Cátedra: “Sigmund Freud. Acontecimiento y consecuencias”. Docente a cargo: Jorge Assef.
[5] Badiou, Alain. “El ser y el acontecimiento”. Pág. 201. Ed. Manantial, Bs. As. (1998).
[6] Badiou, Alain, Op. Cit.
[7] Badiou, Alain, Op. Cit.
[8] Apuntes de Cátedra: “Sigmund Freud. Acontecimiento y consecuencias”. Docente a cargo: Jorge Assef.
[9] Apuntes de Cátedra: “Sigmund Freud. Acontecimiento y consecuencias”. Docente a cargo: Jorge Assef.
[10] Sigmund Freud. “Mas allá del principio del placer”. Pág. 7. O.C. Amorrortu Editores. Bs. As. (1999)
[11] Sigmund Freud. Op. Cit.
[12] Sigmund Freud. “El malestar en la cultura” Pág. 76. Amorrortu Editores. Bs. As. (1999)
[13] Sigmund Freud. Pág 83. Op. Cit.
[14] Sigmund Freud. Op. Cit.
[15] Sigmund Freud. Op. Cit.
[16] Sigmund Freud. Pág. 75. Op. Cit.
[17] Sigmund Freud. Pág. 78. Op. Cit.
[18] Sigmund Freud. Op. Cit.

Límites posibles al deseo y al estrago materno

(…) “Que la madre sólo es suficientemente buena si no lo es demasiado, sólo lo es a condición de que los cuidados que prodiga al niño no la disuadan de desear como mujer”.[1]

            La práctica clínica en una institución pública, por su especificidad en la atención, me pone a diario frente al sufrimiento subjetivo de niños, niñas y mujeres que han sido objeto de abusos contra su integridad sexual.
He podido constatar en múltiples casos que aun cuando el motivo manifiesto de consulta que acerca a una madre a solicitar tratamiento para su hijo está en relación a un abuso o juego sexualizados vivenciado por este; por debajo pueden escucharse otras cuestiones tales como abusos sexuales de los que fuera objeto esa madre en la infancia y que se reactualizan en sus efectos por lo vivenciado por alguno de sus hijos; o alguna problemática no resuelta respecto de la propia sexualidad; o dificultades en el encuentro con el otro sexo. También constato que estas problemáticas que atraviesan a la madre no son sin consecuencias para el niño. Así, por ejemplo, una madre que consultó por su hija (respecto de la cual tenía una sospecha de que hubiera sido abusada sexualmente) insistía con preguntas a la misma respecto de si alguien la había tocado o besado y le explicaba de manera persistente respecto de lo constituye la intimidad sexual, las partes íntimas del cuerpo que nadie podía tocar y sobre cuales eran los cuidados que tenía que tener al respecto. Cuando a dicha madre se le explicita que algunos niños responden a veces en tanto intentan satisfacer lo que interpretan que es lo que ellas desean,  y cuando es interpelada a responder respecto del motivo de su insistencia en relación a un posible abuso hacia su hija, confiesa que ella había sido víctima de un abuso sexual intrafamiliar en su infancia y que por ello temía que a su hija le sucedería algo parecido, que ella también necesitaba un tratamiento porque esto aun le generaba sufrimiento e influía en los modos de vincularse con la niña.
Casos como el del ejemplo anterior me impulsan a interrogarme, cada vez, respecto del deseo de la madre y del estrago materno y respecto de qué limites son posibles frente al mismo, en tanto pienso esto como algo fundamental que me orienta en los tratamientos.
También me recuerdan que la clínica con niños y niñas nos confronta con problemáticas que se relacionan con la dimensión del deseo del Otro, ya que en el despliegue discursivo vemos como se juega, en el niño que arriba a un espacio analítico, el deseo de la madre y la relación deseante de los padres entre sí. Por otra parte, desde el psicoanálisis de orientación lacaniana estamos advertidos de que “los insondables pensamientos que se realizan por la vía del fantasma de los padres, tienen una función determinante en la vida de cada sujeto”[2].
Por esto, en este ensayo me propongo sostener algunos interrogantes en relación al deseo de la madre, al estrago materno, sus consecuencias en el niño y a los límites posibles respecto de estos.
           
El niño, entre la sexualidad femenina y el deseo de la madre
El modo en que Lacan trabaja la cuestión de la sexualidad femenina permite desplazar el acento de los avatares de la relación madre-hijo hacia la dimensión silenciosa de dicha sexualidad y hacia la relación del niño con la madre pero en tanto ésta también es una mujer. Puedo hipotetizar, por ello, que mientras la madre tendrá que vérselas con las aporías de la sexualidad femenina, el niño tendrá que vérselas, por su parte, con la sexualidad femenina por el costado de su madre en tanto mujer. Y es por lo anterior que con Lacan nos interrogamos en relación a la sexualidad femenina como preliminar a todo tratamiento posible con niños.
 Pienso, entonces, que es preciso que la madre pueda desear como mujer, en tanto mujer y no sólo como madre, porque, como lo formula Lacan, el deseo de la madre siempre produce estragos, el deseo de la madre no es algo que pueda resultar indiferente para el niño[3]. Encuentro entonces que uno de los que hipotetizo como límites posibles ante el deseo de la madre es que ésta desee como mujer a un hombre.
Para Lacan[4], el deseo de la madre no es algo que pueda soportarse como tal, formula por ello, que el mismo es como estar dentro de la boca de un cocodrilo; no se sabe porque motivo ese cocodrilo puede cerrar la boca. Sin embargo, también hay para Lacan algo tranquilizador, hay un palo de piedra que traba esa boca de cocodrilo: el falo, el cual protege si la boca se cierra. Por lo tanto puedo pensar que el falo constituye uno de los límites posibles al deseo de la madre.
Me interrogo: si el estrago está en relación con el deseo de la madre y si dicho deseo produce estragos en el niño, ¿esto puede ser estructuralmente devastador para el mismo?
Según Tendlarz[5] “Lo insaciable de la madre remite a su posición como mujer, a su tratamiento particular de la falta”[6]. También refiere que la posición de cada mujer respecto de la falta determina el modo en que ella ama y la transmisión de la castración.
Entonces, en tanto el deseo de la madre puede hallarse mediatizado por su relación al falo: ¿otro de los límites posibles a los estragos causados para el niño por el deseo de la madre, pueden ser el Nombre del Padre y el goce del padre?

El deseo de la madre y el Nombre del Padre.
El deseo de la madre es deseo de falo. Lo que la madre quiere es el falo debido a que no lo tiene porque es mujer. El niño, en tanto la madre es deseante, y porque la madre apetece del objeto que le falta, puede interpretar dicha apetencia como un llamado para que él ocupe dicho lugar[7]. Así, al entrever lo que la madre quiere, el niño puede hacerse el falo imaginario de la madre, lo cual constituye todas las diferentes formas de las posiciones perversas en el niño[8].  
La madre, bajo el influjo del penisneid, marca entonces, un triángulo en cuyos vértices encontramos al hijo, al falo y a ella misma. Si ésta busca saturar en el niño su propio penisneid, si el niño es metonimia del deseo de la madre de un falo que no posee y nunca podrá tener como propio, el ideal que puede tener dicho niño, como antes esbozaba, es el de identificarse con el falo imaginario de su madre.[9]
En la tríada madre, falo y niño es necesario que intervenga un cuarto término que separe al niño de la identificación al falo, éste cuarto término es el agente de la castración, el Nombre del padre[10]. Entonces, puedo hipotetizar que otro de los límites posibles al deseo y al estrago materno está constituido por  el Nombre del Padre.
Así, la vía “normal” (la que constituiría la neurosis) no sería la identificación del niño al falo de la madre, sino, en cambio, la de la metáfora paterna en todo su desarrollo[11].


El Nombre del Padre implica un modo posible a través del cual el niño puede ubicar su relación con el gran Otro y con el falo.[12]
A demás, el Nombre del Padre es un operador que contiene a la relación que la madre mantiene con el padre. Por ende, lo que promovería la metáfora paterna es que la relación entre el padre y la madre le permita al niño asumir una interpretación que le hace al Otro, interpretación que es respuesta al deseo de la madre en su conjunción con el Nombre del Padre.[13]
Lacan formaliza el complejo de Edipo bajo la forma de la metáfora paterna. Así, destaca el deseo de la madre y desplaza a la madre del amor hacia lo que hay en ella de mujer, de Otra, de no-toda.

El deseo de la madre en tanto mujer y el goce del padre
En tannto no-toda, una mujer presentaría una duplicidad entre, por un lado, un goce suplementario que se ubica del lado del significante de la falta en el Otro S(A barrado) y, por el otro, el goce fálico; es decir que mientras se dirige a un hombre en busca del falo podría encontrarse Cuando el niño se encuentra involucrado en el objeto del fantasma materno, revela la verdad de dicho objeto. El niño se convierte en el objeto de la madre y así realiza la presencia del objeto a en el fantasma dando cuerpo a la falta de objeto de la madre y haciendo existir a dicho objeto.
Lacan desmitifica la relación de amor entre el niño y la madre. El niño podría sustituir la sexualidad en la madre en tanto mujer; podría para ésta, su hijo, convertirse en un objeto condensador de goce y ella gozaría de él. Entonces, pienso que mientras más satisfactorio sea el niño como objeto para la madre, menos ésta deseará a un hombre[15] y esto sería algo problemático para el niño.
Según Silvia Salman[16], la metáfora paterna no es suficiente para situar la posición de la madre porque está también la dimensión deseante de la madre destacándose de este modo lo que ella es como mujer. Esto, por ello, implica una orientación que va de la madre a la mujer y del padre al hombre. Lo anterior me permite hipotetizar que otro de los límites posibles al deseo y al estrago materno es el goce del padre.
La condición de posibilidad para que el niño pueda separarse de su identificación fálica (perversión) o para que no quede capturado como objeto del fantasma materno (psicosis) implicaría, del lado de éste, que la madre no lo sea todo para él y, del lado de ella, que su amor en tanto mujer sea referible a un nombre: el de un hombre. Esto posibilitaría que el niño no lo sea todo para la madre. A su vez, lo anterior promovería que el niño pueda inscribirse en un deseo particularizado, no anónimo; lo cual también exige que el padre sea un hombre que elija y desee a una y que asuma a los hijos de una mujer.


Algunas conclusiones
Para concluir, entonces, los límites posibles al estrago que puede causar el deseo de la madre, serían:
- Que la madre pueda desear como mujer, más allá del hijo: “Todavía es preciso que la madre no se vea disuadida de encontrar el significante de su deseo en el cuerpo de un hombre”[17], tal como lo expresa Miller. “Hay una condición de no-todo: que el deseo de la madre diverja y sea llamado por un hombre. Y esto exige que el padre sea también un hombre”[18].
- Que el niño no sature la falta en la cual se sostiene el deseo materno: Refiere Miller: “El niño no solo colma, también divide”[19], y explicita que es fundamental que divida para no quedar capturado como resto de la pareja de los padres o entrando con la madre en una relación dual que soborne el fantasma materno. También formula que cuanto más colma un niño a su madre, ésta mas se angustia (teniendo en cuenta la fórmula acorde a la cual lo que angustia es la falta de la falta) y que la madre angustiada es la que no desea como mujer o la que desea poco o mal.
- Que el hombre la elija a ella y la desee como mujer y que asuma, como padre, a los hijos de dicha mujer: la posición del padre debe asegurar una justa versión del padre y dicha versión lo implica en su función en torno a la castración (metáfora paterna) y también en tanto que es hombre. Según E. Solano Suarez[20] lo que da al niño un término adecuado para resolver la proposición deseante de la madre es una proposición gozosa del lado del padre la cual implica al padre posicionado como sexuado con respecto al objeto plus de goce lo cual supone que haga de una mujer el objeto a causa de su deseo.


Bibliografía principal

-          Fryd, Adela: “Hacia la Castración” en “Psicoanálisis con niños. Los fundamentos de la práctica”. Compiladora Silvia Salman. Ed. Grama, Bs. As., 2006.
-          Lacan, J.: “Dos notas sobre el niño” y “El despertar de la primavera” en Intervenciones y Textos 2. Manantial. Buenos Aires, 1988.
-          Lacan, J.: “El reverso del psicoanálisis”. Libro 17. Paidós. Buenos Aires, 1992.
-          Laión, Adriana: Clases dictadas en el marco de el Curso “Clínica con niños” en el postgrado “Fundamentos y actualidad en la clínica psicoanalítica Lacaniana”. Universidad Nacional de Córdoba, Facultad de psicología, 2011.
-          Miller, J. A.: “El niño, entre la mujer y la madre”. Revista digital de la orientación Lacaniana: Virtualia. Número 13. Año IV. Extraído de: http://virtualia.eol.org.ar/013/pdf/miller.pdf, Junio-Julio, 2005.
-          Salman, Silvia: “Las modalidades del síntoma en el niño: la acción de los padres”. Psicoanálisis con niños. Los fundamentos de la práctica. Serie Praxia. Grama Ediciones. Buenos Aires, 2006.
-          Solano Suarez, E.: “La insondable decisión del niño” en “Psicoanálisis con niños. Los fundamentos de la práctica”. Compiladora Silvia Salman. Ed. Grama, Bs. As., 2006.
-          Tendlarz, Silvia Elena: “Mujeres y niños”. La clínica de la sexuación. Imposible y determinación (Documento de trabajo preparatorio. XII Encuentro Internacional del Campo Freudiano). Paris, 2002. http://www.nucep.com/referencias/mujeres.htm


[1]Miller, J.A.: “El niño, entre la mujer y la madre”. Pág. 2, Revista digital de la orientación Lacaniana: Virtualia. Número 13. Año IV. En: http://www.eol.org.ar/virtualia. Junio - Julio, 2005.
[2]Solano Suarez, E.: “La insondable decisión del niño” en “Psicoanálisis con niños. Los fundamentos de la práctica”. Compiladora Silvia Salman. Ed. Grama, Bs. As., 2006.
[3]Lacan, J.: “El reverso del psicoanálisis”. Pág. 118, Libro 17. Paidós. Buenos Aires, 1992.
[4]Lacan, J.: Pág. 118, 1992; Op. Cit.
[5]Tendlarz, S. E.: “Mujeres y niños”. La clínica de la sexuación. Imposible y determinación. (Documento de trabajo preparatorio. XII Encuentro internacional del Campo Freudiano. Paris, 2002) Extraído de: http://www.nucep.com/referencias/mujeres.htm
[6]Tendlarz, S. E., 2002; Op. Cit.
[7] Solano Suarez, E., 2006; Op. Cit.
[8]Lacan, J.: “Dos notas sobre el niño” y “El despertar de la primavera” en Intervenciones y Textos 2. Manantial, Buenos Aires, 1988.
[9]Fryd, Adela: “Hacia la Castración” en “Psicoanálisis con niños. Los fundamentos de la práctica”. Compiladora Silvia Salman. Ed. Grama, Bs. As., 2006.
[10]Solano Suarez, E., 2006; Op. Cit.
[11]Extraído de las notas realizadas en las clases dictadas por Adriana Laión en el marco de el Curso “Clínica con niños” en el postgrado “Fundamentos y actualidad en la clínica psicoanalítica Lacaniana”. 2011.
[12]Laión, Adriana, 2011; Op. Cit.
[13]Laión, Adriana, 2011; Op. Cit.
[14]Tendlarz, S. E., 2002; Op. Cit.
[15]Laión, Adriana, 2011; Op. Cit.
[16]Salman, Silvia: “Las modalidades del síntoma en el niño: la acción de los padres”. Psicoanálisis con niños. Los fundamentos de la práctica. Serie Praxia. Grama Ediciones. Buenos Aires, 2006.
[17]Miller, J.A.: Pág. 2, 2005; Op. Cit.
[18]Miller, J.A.: Pág. 3, 2005; Op. Cit.
[19]Miller, J.A.: Pág. 3, 2005; Op. Cit.
[20]Solano Suarez, E., 2006; Op. Cit